lunes, 5 de noviembre de 2007

Caprichos visuales


Hace un mes estaba en casa, acababa de llegar del trabajo y al cambiarme la ropa me noté la piel extrañamente enrojecida. De inmediato supe que me había contagiado de rubéola, pero como mis habilidades médicas no están aun comprobadas, fui a consultar a un internista que me diagnosticara con un poco más de autoridad que la de mi espejo. En la sala de espera vi una pareja de ancianos. Él tendría uno 80 años, gordo, muy encorvado, usaba lentes, calvo, de cabeza pequeña. Empujaba una silla de ruedas en la que se encontraba una mujer. De unos 80 años también, tenía un corte de cabello de los 50, ensortijado y corto, pintado de amarillo (no rubio, amarillo), zapatillas clásicas de punta cuadrada, pantymedias, una falda tres cuartos negra, camisa blanca, chaqueta roja, zarcillos grandes dorados de complicado diseño, la boca pintada de rojo intenso, nariz grande, ojos azules. Después de un rato noté que hablaban francés. Mientras esperaban al doctor, ella movió su silla de ruedas hasta una puerta que daba al exterior de la clínica, sacó una caja de Malboro rojo y encendió triunfalmente un cigarrillo con expresión profunda y apacible.
Tal vez la joroba es una carga de peso calculable sólo para quien la lleva, tal vez una anciana fuma desde la absoluta desesperanza, desde la certeza de la muerte, tal vez le gustaría caminar, pero así tal cual la vi, esa pareja es la postal con movimiento más hermosa que he visto. Tal vez alguien está tallando franceses jorobados, monjas con una increíble energía sexual, niños demoníacos, enamorados deprimidos y derrotados con la simple finalidad de satisfacer los ojos ansiosos de los que no tenemos grandes detalles para mostrar.