miércoles, 6 de agosto de 2008

Vigilias


Se despertó a media noche a tomar un vaso de agua y se encontró con la vela que le había prendido a alguno de sus muertos. Entonces se empezó a dibujar la cara de su abuela en la penumbra, la silueta de los amigos que se cansaron, de los enfermos, de los que estaban muy tristes y de los que simplemente se acabaron. Y su padre, pocas veces se encontraba con su padre en el pasillo angosto. Se veían a la cara, se recriminaban cosas, se volvían a mirar y cuando ella le preguntaba qué hacen allá los espíritus, él se volteaba y la dejaba así, otra vez en la oscuridad.
Cuando regresaba a la cama volvía a dormirse y tenía pesadillas con temblores. Otras veces se iba a una calle desconocida, salía desnuda y no había una puta manta, un pedazo de tela que pudiera cubrirle las miserias, pero ya desde hace mucho tiempo no valía la pena despertarse y entraba directo a otro sueño en que las anacondas le besaban las manos y eran más dulces que los caballos de mar.
Se dio cuenta de que era mejor no prender más velas, que el sueño la llevaba a la muerte y la muerte al sueño y así la noche era un espacio de pesadilla y calma, la manera más triste de despertarse cansada sin ganas de gente, ni vida, ni flores, ni nada porque al final todo iba a terminar en el recuerdo. Y tal vez por eso siguió su rito, para que los pobres muertos no se terminaran de morir y vivieran aunque sea en la candela triste de una vela, en el vapor del tren para los malos sueños.