viernes, 9 de enero de 2009

Como ayer


Hace tiempo que Isabel no usa reloj, sabe que cuando abre los ojos es hora de despertarse y punto. Se levanta temprano en la mañana pensando en que más tarde le dirá a su hija que la ayude con el balde de agua sucia y que se acabó el jabón para fregar el piso. Todos los días, mientras se lava la cara, se da cuenta de que hace tiempo perdió algo importante y luego, como todos los días, recuerda lavar bien cada baldosa. Se sienta y toma un café, agarra la taza con las dos manos, primero mete la nariz en la taza hasta sentir el vapor tibio y finalmente se acerca el líquido humeante a los labios.
Después del café es el momento de limpiar las ventanas, los vidrios tienen que quedar muy limpios para ver a la niña que se va al colegio apurada. En la esquina apenas puede divisar una silueta, un muchacho flaco que toma a la niña por la caderas y ella que se escabulle pero queriendo que la agarre más duro, que apriete lo suficiente para que se olvide de la tarea, de los lápices y del sermón de aprovechar la oportunidad de poder estudiar que no tienen otros.
Más tarde Isabel divisa a la niña nuevamente en la esquina, tal vez no hubo clases, quiere gritarle que suba, que necesita ayuda con el balde, pero ya es muy tarde, ya ha limpiado el suelo, las ventanas. Isabel se para frente a la cocina, mete unos huesos de res en una olla con agua hirviendo… Tal vez si le dijera a la niña que necesita ayuda para picar las verduras, pero la verdad es que hay pocas. Ahora lo mejor es picar en cuadros más pequeños para que la niña se haga ilusiones de que claro que había verduras, yo compré ayer pero no te diste cuenta, mira como está llenita la olla.
Isabel no necesita reloj porque la hora de comer es cuando la niña sube a casa y dice qué lástima que ya has hecho todo, veía corriendo de la escuela para ayudarte. La verdad es que la niña se muere de hambre, las caricias del flaco la dejan exhausta, las manos huesudas prendidas de sus nalgas le abren el apetito, no sabe qué tiene, si es sed o hambre, ella sólo sabe que tiene prisa por comer y salir a hacer la tarea en casa de una amiga. Y en el camino a la casa de la amiga estará el flaco, le dirá un rato nada más y la dejará otra vez con hambre.
Isabel sirve los platos, cuidado te quemas, come despacio, se sienta junto a ella, no quiere preguntarle qué aprendió en el colegio porque ella no fue al colegio y no tendría nada que decir. Y a lo mejor la de la silueta era otra, la niña que aprende cada día las capitales de los países y ella que la acusa con los ojos sin saber bien. Entonces, sin conversar, se para, gracias mamá. Se va.
Isabel sabe que la hora de la siesta es cuando tiene la certeza de que la niña no es mala, pero de repente la pone triste volver a recordar que perdió algo, no a la niña, ella la quiere mucho. Tal vez sólo se perdió la esperanza de que fuera enfermera o maestra o ahora como las niñas son más modernas podría hasta haber sido bailarina, pero seguro que el flaco no va a querer. Isabel sabe que la niña no es mala, alguna vez ella también se dejó quemar la carne y se le olvidó la maestra, se le perdieron las hojas con los deberes. Isabel mira por la ventana otra vez, una sonrisa se dibuja en su cara… Es que la niña le recuerda tanto aquellos años.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanto!!

Anónimo dijo...
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Viandante dijo...

Querida Dendrita,
Ya sabe que la crítica se hace responsablemente, así que no se intoxique. Así como le digo que mi último post es lo peor que he escrito en anhos, le digo que lo que acabo de leer me ha parecido un texto fabuloso. Excepto por las primeras seis u ocho líneas, las noto un poco atropelladas, intuyo que tenía todas las demás imágenes muy bien ifinidas. El sentimiento que logra plasmar creo que sólo las madres pueden entenderlo. No soy madre, como ya sabe, pero soy humana. Aplausos sosyenidos.

Anónimo dijo...

No ay nada mejor en la red???