lunes, 18 de junio de 2012

Huesos

Sofía siempre lleva suéter, la gente cuchichea cuando la ve. 35 grados centígrados en la sombra. No se da cuenta de que la miran, va pensando en cuándo fue que dejó definitivamente de mirarse en el espejo. Su imagen se fragmentaba, se volvía caleidoscopio. Cuando era una niña inventaba historias de vampiros, los vampiros no se reflejan. Después ya no inventaba nada, evitaba hasta las vidrieras. La verdad quería morirse, pero no tanto. A los 20 un tipo del instituto de inglés la invitó a salir. Fueron al cine, él comió cotufas, ella las tiraba disimuladamente al piso; él tomó coca cola, ella se llevaba el pitillo a la boca sin aspirar. La película terminó, se subieron al carro en el estacionamiento, él sintió que le subía la temperatura, le sudaban las manos, la besó. Ella no sentía nada, abrió la boca, se dejó hacer. Cuando él la sujetó por la espalda para tenerla más cerca, algo sonó, un crujido seco impertinente lo horrorizó. Hasta ese momento había tratado de ignorar lo evidente, no tenía tetas, no tenía culo ni saliva. Se retiró bruscamente, no soportó el ruido. Sofía no volvió a intentarlo. Suprimió el recuerdo. Una tarde de julio llovía, hacía calor, los mosquitos se acercaban, se frustraban y luego la dejaban en paz. Cerró los ojos sin espantar la plaga, la misma escena volvió a su mente: ella jugaba en el piso con un caballo rosado, estiró las manos hacia su padre. Él pasó de largo. La madre escandalizada habló: Dios te va a castigar y yo voy a estar ahí de testigo. Ni así volteó a verla.

1 comentario:

Ani Mendez dijo...

"El pasó de largo."